Gracias, libros: he
tenido en mis manos hasta lo inalcanzable, lo que soñé a menudo, lo que la luz
no ofrece ni la sombra te acerca. He pasado las páginas de lo que me dejó o
perdí en el camino. He anotado los símbolos que nunca dije a nadie, he glosado las
líneas que no compartiría jamás de los jamases. He pisado las calles fangosas
de Macondo, he tocado a la Eneida, creyéndola mujer, he estado muchas noches a
la épica sombra de la esperanza lóbrega de la firme Penélope. Gracias, libros,
por las revelaciones y por las contingencias.
Por mis dedos cruzaron
las golondrinas lóbregas que no han de regresar, las aguas de los ríos que van
a dar al mar, inexorablemente; el canto de los pájaros que añoraba ya en vida,
en su Moguer del alma, allá en el huerto claro, junto aquel pozo blanco, el
autor de Platero; las aspas y gigantes del molino que muele la espiga de
utopías. Sin vosotros yo nunca sería este humano breve que me siento.
¿Dónde existe más mundo,
dentro o fuera de vosotros? ¿A lomos del día a día, lema y limo, o en lo que,
desleídos, os leemos? ¿Qué es más verdad, la vida engañadora o las veraces
sílabas que conforman los versos, las fábulas, las hermosas mentiras de
vuestros mudos párrafos? ¿En qué lugar más humo, menos ascuas, en las favilas
longevas de los plisados pliegos o en la instantánea chispa de esta existencia
que casi no encendemos?
Libros, por encima de
todo, gracias. Gracias por tanta tinta muerta, por tanta vida en tinta. Gracias
por vuestros sentimientos y la carnegrafía. Sin conocer apenas, así es de
superficial el hombre de la tierra, he conocido a fondo la claridad de Ítaca,
los vinos sabrosísimos del suelo del Vesubio, el viento de Orihuela, la soledad
de Gloria, los campos de Castilla. Y en algunas estrofas, acaso quedará el
nombre de mi madre, grana bendita. (La Voz de Asturias, 25-04-09).